mercredi 3 septembre 2008

Distorsionada

Ante el espejo observó con detenimiento su reflejo, llevó la mano al cristal y resiguió con el dedo índice cada curva, cada kilo de más, cada desperfecto en su cuerpo adolescente, miró con pena la imagen que ante ella se ofrecía y bajó la cabeza: “gorda”, rezaba hacia sus adentros, “gorda” y las lágrimas caían por sus mejillas, “gorda” resbalaban con lentitud y se entregaban a sus sedientas comisuras. Despegó después de un rato de lamentos la mano del cristal y con lentitud la dirigió directamente a la piel desnuda, blanca, fina y cetrina, sin color. Acarició con suavidad su cuerpo y notó cada costilla, cada hueso, la pelvis, todos los rincones ocultos de su fisonomía desnutrida. Intentaba razonar pero la obsesión la abatía, la confusión se la tragaba y ella movía con negación la cabeza, de derecha a izquierda, repitiéndose de nuevo “gorda” y añadió, con odio propio, “demasiado gorda para ser feliz”. Se tiró en el suelo, sentada y vencida, con las lágrimas recorriendo todo su rostro como si los ojos sangraran para deshacerse del dolor en vano.
Minutos después acabó vistiéndose y secando la humedad de sus parpados para ir con toda normalidad a hablar con sus padres y finalmente anunciar un “hoy como fuera con Naiara”.
Después salió por la puerta y se refugió en las calles del polígono industrial entregándose al camino solitario, sin alimento y sin gula.

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