lundi 4 août 2008

Huellas de sangre

Mi abuela me había hablado de ellos, aun así, jamás creí que fueran tan duros estos momentos. La comida escaseaba y la economía iba de capa-caída, los funerales se incrementaban por desnutrición o efecto de las balas. Tiempos de guerra, peores no se han visto jamás. Tiempos de sufrir, de gritar e intentar huir entre densas masas de metralla. Tiempos donde no hay nada a excepción de la muerte y la pena por la defunción de los seres queridos. Los motivos, dicen, son varios y diferentes, el gobierno ha decidido hacer pública la afirmación de que la única causante es el afán de conquista hacía nuestro país, no me lo creo. Para causa la que tengo yo en mente, la que apoyamos la mayoría que estamos viviendo las bombas a pie de suelo, con la arena de los campos que nos llega hasta los cuellos, el motivo es la política y los conflictos, la venda de armas y demás productos. Lo ocultan, hacen un gran ademán por ocultarlo para salvaguardarse de la culpa. Imbéciles hipócritas. Mi hermana está muerta, mi preciosa hermana de cuatro años, que aun tenía una hermosa vida por delante, pero ellos no lo entienden, ellos no van a pagar el maldito funeral ni van a derramar una lágrima por el triste futuro que le depara a su cadáver: la putrefacción cerca de la trinchera desde donde la han matado. No tenemos dinero ni para una triste rosa marchita, aun menos para una lápida que cree el recuerdo entre sus conocidos y familiares, claro, eso si quedamos algunos, porque morimos tal y como pasan las horas y quien sobrevive un día entero es afortunado de ello.
No dormimos porque no podemos y no lo hacemos exactamente porque el ruido no nos deje conciliar el sueño, más que nada porque la situación es tan crítica que nuestros propios vecinos fuerzan las entradas de las tiendas en busca de una lata de garbanzos oxidada o cualquier conserva que, aun caducada, pueda ofrecer el fin de alimentar al organismo.
Los obesos son ahora esqueletos recubiertos de una fina capa de piel, los más amables del antiguo barrio ahora destruido son los más tacaños del actual campo de batalla, incapaces de ofrecer ni un gramo de pan, los ateos se han hecho creyentes convirtiéndose a Dios con la esperanza de que nos salve, pero los días pasan y nadie nos salva. Lo sé, nadie nos va a salvar.

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